A la sombra del tiempo
10 de octubre de 2025
Antes de que el tic-tac de los relojes mecánicos —esos que hoy nos acompañan en la muñeca— marcaran nuestras rutinas, el tiempo se leía proyectado sobre la tierra. Sin baterías, sin engranajes ni calibres, los relojes de sol fueron durante milenios el modo más fiable y, sobre todo, elegante de saber qué hora era. Todo lo que necesitaban era un gnomon, un poco de ciencia y un día despejado.
Pero ¿qué es un gnomon? De forma sencilla, es el elemento que proyecta la sombra sobre la superficie donde se marcan las horas. Suele ser un triángulo inclinado orientado según la latitud del lugar, apuntando al norte celeste (o al sur, en el hemisferio sur).
Su principio es tan simple como brillante: el gnomon proyecta una sombra sobre una superficie graduada. A medida que la Tierra gira, la sombra se desplaza y señala la hora con notable precisión.
El concepto existe desde hace más de 3 500 años. Los egipcios ya usaban obeliscos como referencia solar, los griegos lo perfeccionaron mediante la geometría y los romanos lo convirtieron en símbolo de poder y conocimiento, instalándolos en foros, termas y villas. Durante la Edad Media, el reloj de sol fue guía para las oraciones y el trabajo; y aunque el reloj mecánico le robó protagonismo a partir del siglo XIV, su forma circular y su división en 12 horas perduran hasta hoy.
Lo más fascinante es que muchos relojes de sol históricos aún funcionan. Estas maravillas son inmunes al polvo, a la humedad y al paso del tiempo. Solo dependen de una cosa: el sol.

