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Ginebra: de refugio religioso a capital del tiempo

24 de junio de 2025

Desde las restricciones de Juan Calvino hasta la precisión floral del Jardín Anglais, la historia de Ginebra es también la del tiempo hecho arte. Hagamos un recorrido por los siglos que convirtieron a esta ciudad en símbolo absoluto de excelencia relojera.

 

En el siglo XVI, Ginebra se convirtió en un refugio para artesanos hugonotes expulsados de Francia. A raíz de las restricciones impuestas por Juan Calvino sobre el uso de las joyas, estos orfebres y esmaltadores orientaron su talento hacia la relojería y esta fusión de precisión técnica con sensibilidad estética marcó el inicio de una tradición que transformaría para siempre la ciudad.

Para el año 1601, Ginebra ya contaba con el primer gremio de relojeros del mundo, una comunidad de artesanos comprometida con estándares rigurosos de aprendizaje y calidad. La inscripción de “Genève” en los movimientos pasó a ser sinónimo de maestría; un precedente directo del Poinçon de Genève —establecido en 1886—, un sello que certifica hasta hoy la excelencia técnica y estética. Además, el modelo gremial dio lugar al sistema de établissage, una red de talleres especialistas en cada componente, que sentó las bases de la legendaria Watch Valley suiza.

Este ecosistema permitió un balance único: innovación dentro de un orden artesanal, donde la colaboración entre maestros garantizó y garantiza resultados precisos, fiables y bonitos; fue la cuna de la reputación que Ginebra mantiene viva desde hace más de cuatro siglos.

Los íconos y herencia de Ginebra como ciudad relojera

El siglo XVIII esa reputación recibió un impulso. Relojeros como Jean‑Antoine Lépine introdujeron calibres ultrafinos y cajas sin bisagra visible, adelantándose a formas modernas de relojería y rediseñando la estética del reloj. En 1777, Abraham‑Louis Perrelet patentó el sistema automático que inspiraría a Breguet y al mundo relojero en su conjunto.

Mientras tanto, manufacturas históricas como Vacheron Constantin (1755) y Patek Philippe (1839) consolidaron técnicas de guilloché, esmaltado y micro-mecánica que definieron la firma estética ginebrina.

Y no todo quedó dentro del taller, en 1955, Ginebra transformó su identidad pública con la Horloge Fleurie del Jardín Anglais: un reloj vivo que combina 6500 plantas, un segundero satelital de 2,5 metros (el más largo del mundo) y una decoración que cambia con las estaciones. Un símbolo de su esencia, la relojería no solo se produce, se celebra y se vive.

Desde la intervención calvinista hasta la alta relojería contemporánea, Ginebra ha tejido una historia donde cada engranaje respira técnica, cultura y poesía. Aquí no basta con medir el tiempo: se trata de hacerlo extraordinario, visible y memorable. Un legado que continúa latiendo en cada una de las calles de su centro urbano.

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