EDITORIAL

Para aquel que ve los relojes como un accesorio más, un reloj nuevo cada día es una repetición sin historia, pero para aquellos que sabemos valorar eso tan especial que hay detrás de las agujas en una esfera, cada máquina es un universo nuevo por descubrir.

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Ver a un artesano tallando una pieza metálica con tanta delicadeza como pueden tenerla sus manos expertas para darnos una o varias texturas, a un maestro cosiendo una correa de piel o a un artista dibujando con un pincel a mano alzada una esfera, es un privilegio que pocos en el mundo —pero muchos en nuestro mundo— valoran.

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Podría decirse que todos los relojes son iguales: un instrumento que da la hora. Sí, esa es la teoría básica, pero realmente la ingeniería para que esa función tan elemental se ejecute es tan compleja y fascinante que roza lo inexplicable.

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Somos dichosos de tener el placer de apreciar la relojería como lo que es para quien sabe valorarla: un arte y una ciencia sin igual.

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Un reloj no es suficiente y un millar tampoco lo sería; disfrutemos admirando cada uno de ellos como si estuviéramos viendo el último reloj de la historia.

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